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Soft Skill: Inteligencia Emocional

Goleman (1999) define la inteligencia emocional, como la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos (competencia personal) y los de los demás (competencia social), de motivarnos y manejar adecuadamente las emociones. 

Las emociones son un ámbito que pueden manejarse con mayor o menor destreza y requiere un conjunto de habilidades. Las personas con habilidades emocionales bien desarrolladas tienen más probabilidades de sentirse satisfechas y ser eficaces en su vida, y de dominar los hábitos que favorezcan su productividad. 

Suele pensarse que el CI y la inteligencia emocional (IE) son conceptos opuestos pero nada más lejos de la realidad, pues son complementarios. 

Goleman nos habla de un análisis realizado sobre 181 modelos utilizados por organizaciones de todo el mundo para evaluar la excelencia de sus profesionales. En el mismo se estableció que el 67 % de las habilidades esenciales para el desempeño eficaz en el trabajo son de índole emocional, independientemente de la actividad desarrollada por la empresa.

Además, se ha demostrado  que esta proporción aumenta al ascender en el escalafón profesional. Cuanto más alto es el nivel del trabajo a realizar, menor la importancia de las habilidades técnicas o intelectuales y mayor la incidencia de competencias emocionales asociadas al liderazgo.

La inteligencia emocional se basa, en definitiva, en ser capaz de gestionar los propios impulsos emocionales, interpretar las emociones de los demás y manejar las relaciones humanas de la mejor manera fluida. 

ELEMENTOS DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL 

Autoconocimiento 

El conocimiento de uno mismo es la clave de la IE. Las personas que tienen una mayor certidumbre de sus sentimientos saben tomar mejores decisiones y tienen una noción más clara de ellas.

A nivel neurológico esto también tiene implicaciones. A lo largo de nuestra vida cuando vivimos un hecho emocionalmente intenso el cerebro lo registra y se configura en función de nuestras preferencias y valora. A causa de esto cuando nos enfrentamos al cambio, las reacciones y estímulos guardan coherencia con el registro de lo que nuestra mente tiene valorado de forma positiva o negativa y, de esta manera, guía nuestra acción. 

Autocontrol 

El autocontrol se basa en el autoconocimiento. Aquellas personas que tienen un buen autocontrol suelen ser personas que se recuperan con mayor facilidad de reveses. 

La amígdala es la responsable de muchos de nuestros comportamientos irreflexivos cuando nos invaden las emociones negativas. Para asegurar nuestra supervivencia hemos tenido qué desarrollar un sistema de autorregulación que evite estas explosiones emocionales. 

Automotivación 

Es la base para lograr lo que nos proponemos y ser capaz de entrar en un estado de fluidez permite un desempeño alto.  

Mihály Csikszentmihályi fué la persona que acuñó el concepto científico de flujo para definir ese estado «fuera del tiempo» cuando estamos completamente absortos en una actividad y movilizamos todas nuestras habilidades, haciendo que lo difícil parezca fácil. Para alcanzarlo se requiere una dosis moderada de ansiedad que, según este psicólogo, hace que la actividad no sea tan sencilla como para resultar aburrida, ni tan compleja como para paralizarnos. 

Empatía

Es la habilidad para percibir lo que sienten y quieren los otros, sin necesidad de que tengan que decirlo. Consiste en la capacidad de captar e interpretar de forma adecuada las emociones ajenas hasta la destreza para responder a sus preocupaciones o sentimientos. El requisito previo es la conciencia de uno mismo, pues solo quienes han sabido sintonizar con las señales de su propio cuerpo pueden comprender las de los otros. 

Gestión de las relaciones sociales

La habilidad de manejar las emociones sociales son las que dan el liderazgo, la popularidad y la eficacia interpersonal. 

Se ha visto que los estados de ánimo son contagiosos y todos tenemos la capacidad de influir en las emociones de los demás pues nuestra supervivencia ha dependido de la colaboración y el trabajo en grupo. 

A pesar de todo, no todas las personas cuentan con la misma habilidad a la hora de gestionar las relaciones sociales, podemos ser muy buenos identificando nuestra propia ansiedad pero no tanto gestionando las de los demás. Por suerte el cerebro es flexible y puede aprender a ello.

Goleman, D. (1999). La práctica de la inteligencia emocional. Barcelona: Kairos.

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